Caracas Dos Máscaras: Los titanes de Chalbaud: Alegoría sobre "El pez que fuma"

26 nov 2013

Los titanes de Chalbaud: Alegoría sobre "El pez que fuma"


Por Catherine Medina
Imágenes de Archivo

La descripción gráfica de la palabra decadencia: las paredes alguna vez fueron nuevas, hoy en día el papel tapiz está desteñido, con filtraciones y manchas de moho y grasa. Casi se puede respirar el olor de la humedad, de los espacios encerrados que no tienen ventanas. No pueden tenerlas, porque nadie puede saber qué pasa adentro, mucho menos la policía. Es, irónicamente, un secreto a voces.

A la izquierda hay una habitación gris y angosta, casi desmantelada. Le sigue una puerta que tiene otra más pequeña en la parte inferior, como la puerta de los perros en las casas americanas, sólo que en este caso por esa puerta pasa uno de los habitantes de este antro, que se desplaza en una especie de caja con ruedas porque no tiene piernas: un guiño obvio a Los olvidados de Luis Buñuel.


Al fondo y al centro está el piano con el que se ameniza la jornada de todas las noches. Porque en este sitio se trabaja de noche, y las faenas del día están organizadas en torno a la jornada nocturna, que es la que mantiene a flote el lugar. Aquí nada se hace en la claridad: todo se maneja a oscuras. No existen ni la calma ni la paz: el hombre es el lobo del hombre y ninguno de los habitantes de este lugar confía entre ellos.

Luego vienen los elementos de escenografía indispensables si se quiere representar un bar-prostíbulo: tres mesas dispuestas en forma diagonal con manteles desgastados y distintos entre sí, un bar y una caja registradora. El colofón de todo este conjunto es un pequeño cuadro que bautiza al lugar: un pez con las aletas doblada formando una cintura, parado sobre su aleta, que dibuja pequeñas bocanadas circulares de humo con su cigarro.

Acabamos de entrar en las entrañas de El Pez que Fuma, el prostíbulo más afamado de todos los tiempos, inmortalizado por Román Chalbaud en su obra de teatro homónima escrita en 1968 y luego llevada al cine en 1977, con un guión adaptado por José Ignacio Cabrujas y el mismo Chalbaud; que vuelve 45 años después de su estreno vuelve a las tablas bajo la dirección de la primera actriz Elba Escobar.

El Pez que fuma es un drama donde la espina dorsal es la ley de supervivencia –o del más fuerte-, representada en el triángulo amoroso existente entre “La Garza”, regenta del bar, Dimas, su actual amante, y Jairo, un joven que viene recomendado por Tobías, antigua pareja de “La Garza”,  y que actualmente se encuentra preso.

Es una evocación al antiguo mito griego, donde Zeus derroca a su padre Cronos y se corona como dueño absoluto del Olimpo. Aquí, en esta historia de pasiones terrales, Dimas, a través de diversas trampas, logra que su rival Tobías sea apresado y logra sustituirlo –en apariencia- en el corazón de La Garza, coronándose así como el dueño absoluto de El Pez que Fuma. Sin embargo, en un tiempo posterior que podría ser cercano o lejano al encarcelamiento de Tobías, aparece Jairo, quien dice ser un “recomendado” de éste último para trabajar en la famosa casa de citas. La Garza le permite la entrada, y Jairo comienza a escalar posiciones una vez dentro, hasta hacer peligrar la figura de Dimas como el hombre dominante.

La pieza es clara y contundente en su mensaje: el fin justifica los medios, y en una esfera donde todo es efímero y nada es eterno, el individuo que logre aprovechar las desventajas ajenas para sobresalir es quien sobrevivirá al final del día. Y una cosa es segura: en este mundo inconsistente la figura más alta puede caer en desgracia y convertirse en sombras: Cronos para los griegos, Tobías para Chalbaud.

¿Será Dimas destituido por Jairo? ¿Será Zeus destituido por Hércules? El espectador curioso puede acercarse al Trasnocho los viernes y sábados a las 10:00pm, domingos a las 8:00pm hasta la primera semana de diciembre para averiguarlo. Lo que sí es seguro es que en este círculo asfixiante los personajes tienen su suerte echada, y muy pocas posibilidades de evadirla.

Como escribió una vez Ernesto Sábato en la piel de Juan Pablo Castel: “…y los muros de este infierno serán, así, cada día más herméticos”.




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