Fresa y Chocolate habla al espectador de la intolerancia en dos grandes vertientes: la orientación sexual y la ideología política
Por Catherine Medina
@cdmmarys
Imágenes cortesía Trasnocho Cultural
El sueño de todo autor es que su obra no se
pierda en el tiempo. Y las grandes obras resaltan por su versatilidad para
adaptarse a su paso. Trono de Sangre, película
dirigida por Akira Kurosawa en 1957, es una adaptación de Macbeth, obra teatral escrita por William Shakespeare en 1606; Alegoría de las Cavernas, de Platón,
inspiró a los Hermanos Wachowski en 1999 a escribir el guión que se convertiría
en la célebre trilogía de The Matrix.
Pero además existe otra clase de obras que
trascienden porque, sin tener que acudir a las brujas de Macbeth o a las píldoras azules y rojas de Morpheus, logran aferrarse a los años porque lo planteado en estas son
problemas humanos presentes en todas las generaciones, como la religión, la
ideología política, la sexualidad, el amor, y la intolerancia. Este es el caso
de El Lobo, el Bosque y el Hombre Nuevo,
cuento de Senel Paz que le hizo ganar el Premio Juan Rulfo otorgado por Radio
Francia Internacional. Posteriormente el mismo Paz lo adaptaría a un guión
cinematográfico, y la nueva versión del famoso cuento, Fresa y Chocolate, quedó grabada en la historia del colectivo
cuando se estrenó en el Festival de la Habana en 1993. Casi veinte años
después, Paz convirtió su cuento en una pieza teatral para tres personajes, con
el mismo título.
Fresa y
Chocolate
habla al espectador de la intolerancia en dos grandes vertientes: la
orientación sexual y la ideología política, y de cómo esa intolerancia puede
ser vencida por la amistad, que es otra de las formas en las que se expresa el
amor.
La historia
Tanto el cuento como el montaje teatral están
enmarcados en la Cuba de 1979 y se centran en la amistad –imposible a simple
vista- de dos hombres diametralmente opuestos: David, militante de la Unión de Jóvenes Comunistas,
heterosexual y actor retirado, y Diego, un profesor homosexual, culto y firme opositor
de la Revolución, enamorado secretamente de David desde que lo viera actuando
en un montaje de Casa de Muñecas y
quedara prendado de él.
Tras una conversación incómoda, David va a
casa de Diego en busca de unas fotografías. Pero el encuentro no queda allí, y
con el impulso de Miguel –un militante revolucionario– y con la intención de
conocer qué trama el gay que esconde “güisqui” en su casa, David revive varios
encuentros con Diego.
David –personaje interpretado por Daniel Rodríguez– depone sus prejuicios
para darse cuenta de que los homosexuales como Diego –Juan Vicente Pérez– no son depredadores de ese
Hombre Nuevo que promete la Revolución, sino que más bien son individuos que podrían
enriquecerla.
Sin embargo, el personaje que más se
sacrifica en esta relación de dualidad es Diego, quien al darse cuenta de que
David nunca podrá corresponderle de la manera que él espera, doblega sus
intereses y hace lo posible por mantenerlo como amigo, pues sólo de esta forma
podrá estar con él.
La renuncia de cada personaje con respecto a
sus primeras intenciones los desnuda hasta que son capaces de reconocerse el
uno en el otro, más allá del color ideológico o el multicolor de la orientación
sexual, y es cuando nace la amistad pura y sincera, que no es sino uno de los
tantos matices que tiene el amor en las relaciones humanas. Amistad severamente
cuestionada por Miguel, quien vigila de cerca los pasos de David.
La interpretación del Grupo Actoral 80
Esta pieza llega a Venezuela gracias al Grupo
Actoral 80, por petición de Juan Vicente Pérez, que es según Daniel Rodríguez,
quien propone la puesta en escena de este montaje. Así comenzó el trabajo
actoral –dirigido por Héctor Manrique– durante dos meses, desde noviembre hasta
su estreno el 17 de enero, parando únicamente el día de Navidad y el Año Nuevo.
El resultado de este corto pero exhaustivo período de ensayos cosechó sus
frutos: cada actor logra encarnar por completo a su respectivo personaje. Lo entienden,
lo poseen, lo llevan adentro y lo exteriorizan cada vez que pisan las tablas y
se disponen a representar esta historia agridulce, de encuentros y
desencuentros.
La puesta en escena es detallista, pero sobria. Hace
uso de un único escenario que permite precisar tres lugares totalmente
distintos sin ninguna dificultad: la casa de Diego, la famosa heladería
Coppelia, el despacho de Miguel, esa sombra que amenaza constantemente la
amistad entre Diego y David.
Sin embargo, el mayor acierto es la elección
de la pieza en sí, pues su planteamiento calza con los padecimientos sociales
de la Venezuela actual: la intolerancia, la incapacidad del diálogo no sólo
entre nuestros dirigentes sino entre nosotros mismos, y la emigración como la
única salida. El montaje no sólo enumera los problemas de la sociedad, sino que
nos conforta con la posibilidad del reencuentro, con el aprendizaje de que no
importa cuán distintas sean dos personas, siempre y cuando exista la
disposición a construir un puente entre ellas.
Al término de esta experiencia varias son las
preguntas que necesitan ser respondidas: ¿Quién es el verdadero lobo? ¿Diego, el homosexual que debe
emigrar para poder ser él mismo, o Miguel, el comisario político que lo
persigue simplemente por ser distinto a lo que espera la Revolución de un
hombre? Y, más importante aún, ¿Quién es este Hombre Nuevo que promete la Revolución? ¿El David homofóbico,
precámbrico, que se presenta en el primer monólogo? ¿O el David que se
transforma como consecuencia de su amistad con Diego?
Afirmé al principio que el sueño de cada
autor es que su obra no se pierda en el tiempo. La prevalencia de Fresa y Chocolate en el tiempo tiene una
razón agridulce: la brillantez de Senel Paz para detectar un problema que se
sigue repitiendo no sólo en Cuba, el país que sirvió de inspiración, sino en
todo el mundo, y muy particularmente en nuestro país.
Posiblemente llegue un
día en el que Fresa y Chocolate se
siga representando para recordarle al mundo una terrible pesadilla que no debe
repetirse jamás, y mientras ese momento llega, es necesario saber que es
posible abrir la mente, y más aún: reconocer que la libertad de pensamiento es
más colorida que una sola bandera unicolor.
Porque una copa de helado se ve más apetitosa
cuando tiene varios sabores. Sobre todo si entre ellos están la fresa y el
chocolate.
La pieza se presenta en el Teatro Trasnocho,
los viernes a las 8:00pm, sábados y domingos a las 6:00pm.
Muy acertada tu critica, me encanto. Espero qu asi podamos aprender que la amistad y la tolencia estan por sobre todas las diferencias politicas, religiosas, sexuales, ect... Ademas que la intolerancia es como bien dices, es algo que nos afecta a todos y sucede en todas partes del mundo.
ResponderEliminarSaludos y un abrazo "Parcerita"
Brillante. Que sigan tus éxitos!
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