Crónica
sobre el espectáculo El Cascanueces
Por Catherine Medina
@cdmmarys
Imágenes de archivo
Cuando
mi madre me llevó a ver El Cascanueces,
que era interpretado por el Ballet Metropolitano de Caracas en la sala Ríos
Reyna del Teatro Teresa Carreño, cuenta que lo primero que hice en el
intermedio fue preguntarle: “Mami, ¿y no me puedes dejar en la casa de mi
abuela y te regresas rapidito?”. Tenía 4 años.
El
recuerdo había permanecido bloqueado en mi memoria hasta el día en que volví
voluntariamente a ver el mismo espectáculo, en el mismo lugar -sólo que 18 años
después y con un enfoque totalmente renovado- y me di cuenta de que había muchos
niños aburridos, con caras largas. De alguna forma me sentí identificada con su
padecimiento, pues alguna vez lo sufrí.
Esta
representación de El Cascanueces,
adaptación del cuento El Cascanueces y el
Rey de los Ratones escrito por Ernst T. Hoffmann, con música de P. I.
Tchaikovsky y coreografía de Vicente Nebrada, es un ballet estructurado en dos
actos que cuenta las aventuras de Clara y su Cascanueces de juguete, que cobra
vida y juntos viajan al Mundo Mágico, donde visitan el Reino de las Nieves y el
Reino de los Caramelos, donde son agasajados con muestras de danzas de
diferentes partes del mundo.
Parece
ilógico que una historia totalmente inocente sobre la fantasía de una niña y su
cascanueces de juguete en tierras de flores, nieve y azúcar resulte aburrida
para los niños. Pero lo cierto es que, El
Cascanueces es en realidad una pieza compleja: La meta-historia (el viaje
por el mundo mágico dentro del sueño de Clara) es algo que no todos los niños
captan a la primera, y la ausencia de diálogo es algo que en definitiva no todo
el mundo sabe manejar, menos aún si se trata de niños pequeños.
Regresando
a mi “yo” de 4 años, ¿por qué El
Cascanueces no es una pieza para niños pequeños? Aquí los tres motivos que
pude observar –y constatar-.
Primero,
los niños están acostumbrados a historias lineales, con diálogos y acciones
precisas; y no a hilar historias en las que la única interacción entre sus
personajes es física, no hablada. Claro que pueden aprender a apreciarlo, pero
no es algo que se logre inmediatamente.
Segundo,
si el niño es muy pequeño, no entenderá la solemnidad del acto: estarse quieto,
en silencio, mientras los bailarines se amalgaman con la música y ejecutan su
danza en torno a ésta.
Tercera
y principal, ir a ver ballet es una decisión personal. Obligar a un niño a
asistir puede causar el efecto contrario al que se busca: conseguir que aprecie
el bello arte de contar una historia sin mediar palabras, sólo usando el
cuerpo.
Un
niño de 4 años puede odiar El Cascanueces
si lo obligan a verlo, pero puede que, cuando sea maduro y consciente, vaya
voluntariamente a poner a prueba su primer juicio. Y es muy posible que sea
capaz de apreciar todos los elementos que lo componen: la intrincada
coreografía, los bailarines que parecen no obedecer a las leyes de la física y
la gravedad, las escenografías móviles, y termine enamorado de ese mundo que
tanto lo aburrió cuando era pequeño.
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