Caracas Dos Máscaras: El amante

19 nov 2012

El amante

El amante de Harold Pinter  

Bajo la dirección de Francisco Díaz y Guarro Teatro

Por Hugo Rojas
Imágenes de archivo

“Es el lenguaje lo que cuenta”. Se lo leí hace poco a Douglas Sirk en la entrevista que le hizo Jon Halliday, en el año 71. Justamente su frase se enmarca en la delgada línea que separa el fondo de la forma y viceversa.

En definitiva, somos seres de palabras acompañados de acciones. Nuestros vínculos y motivaciones son expresados a través del dialogo, físico o verbal. De esta manera nos comunicamos, y cualquier acto comunicativo, aunque resulte tonto o redundante decirlo, necesita del lenguaje. En el arte, como expresión humana de las ideas creadoras, ocurre de igual manera.

El cine profundiza en la necesidad de expresar a través de la ilusión de una imagen en movimiento, y es posible, a través de este dialogo creado entre la pantalla y el ojo, que existe lo que podríamos llamar comprensión. Vale más la imagen que la palabra en el cinematógrafo, pues es a través de ella que profundizamos en la identidad de lo relatado. En el teatro este acto comunicativo en el mayor de los casos se da a través de la palabra y es a partir de ella que nos conectamos, identificamos y abordamos el problema.

Todo esto es pasado por alto por Francisco Díaz, el director del montaje El amante (Pinter, Harold. 1963) del grupo Guarro Teatro, en su corta temporada en UNEARTE. Quizás no lo haya pasado por alto, quizás es un vanguardista rompiendo esquemas o quizás nos toma a todos por tontos invitándonos a hacer tonterías. Hay quienes caen en su juego, hay simplemente otros que deciden abandonar la sala. 

Forzadamente provocadora, esta visión de una de las obras claves de Pinter, peca de desordenada, caótica e improvisada. Díaz construye un juego en base a lo grotesco, donde los actores son simplemente piezas enajenadas de su estancada visión. Su mayor error en todo caso es la elección del juego, anteponiendo la forma sobre el contenido, sobre el lenguaje primario.

Quizás la elección del texto no fue la más indicada para el experimentalismo de Díaz. Pinter construye un mundo en torno a la ambigüedad, la duda y el erotismo en El amante(*1) dónde el amor, si se le puede llamar así, es la piedra filosofal puesta en cuestión a lo largo del planteamiento escrito por el autor. ¿Quién engaña a quién? ¿Bajo qué premisa el sometimiento de la pareja frustra la verdadera relación humana y cuáles son sus consecuencias psicológicas? Toda relación juega al status, ¿de qué manera entonces se libra la batalla entre sumiso y dominador? ¿Hay un ganador? ¿O todos somos presas de nuestras decisiones emocionales?

Lamentablemente Díaz está más enfocado en divertir al público con las pantomimas de sus actores, en romper la cuarta pared, en cobrar protagonismo externo de manera obvia y en sembrar la incertidumbre en el espectador que del tema en cuestión.

Yo no soy un purista y me da igual que conviertan a Shakespeare en un mono de feria que en un tratado econiano, pero abogo por el sentido común de quienes hacen arte en este país, porque la verdadera intención del creador está en su capacidad de comunicar un “algo” a través de un “cómo”, de tal manera, si busco un divertimento elijo La jaula de las plumas por encima del ego, los caprichos y la prepotencia de un llamado artista. Sólo exijo fondo, de esta manera saldré haciendo preguntas, no abochornado.

La puesta en escena depende del humor de los actores y el decorado asimila simplemente un contexto de sala, que no nos permite dilucidar lo que tan bien planteado está en el texto de Pinter: una burguesía venida a menos encerrada en sus antivalores no expuestos dentro de la hipocresía del American Dream.

Los actores Zindia Pino y Mauricio Vilas representan el ridículo al que han sido expuestos, sin quitarle dignidad al trabajo de Díaz. Funcionan de acuerdo a la dinámica planteada y no está de más decir que lo disfrutan. Depende de ello pues, la conexión que crean con el espectador. Ambos logran momentos interesantes, y cuando juegan a la verdad son creíbles, aunque en el mayor de los casos representan lo falso. Irónicamente sobreactúan cuando tratan de tomarse el texto en serio, entonces no sé si son unos pésimos comediantes o unos extraordinarios imitadores de la vida.

La iluminación es el único punto tratado con cierto esteticismo, lo que me hace pensar que Díaz si se ha tomado en serio su trabajo, porque las luces intentan darnos señas de un conflicto para crearnos atmósferas reveladores intrínsecas a la emoción de los personajes. En todo caso se pierde en el despropósito general del montaje.



En el original Lover carece de género, de tal manera podría ser valido que el texto pueda llamarse La amante. De esta manera, el espectador inglés juega un rol activo al cuestionarse sobre una moral particular en cada uno de los personajes. La elección de dilucidar quién es el amante en cuestión, puede depender del lector.

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